Jorge Ferré
Médico especialista en desarrollo infantil
“CON LA OPTOMETRÍA FUNCIONAL, DESCUBRIMOS UN MUNDO QUE NOS AYUDÓ A ENRIQUECER LAS TERAPIAS”
Una de las personas con las que he colaborado más estrechamente durante mi trayectoria profesional es el doctor Jorge Ferré, especialista en desarrollo infantil, con quien fundamos, en septiembre de 2012, el Aula de Formación Aribau-Ferré, de la que también se habla en esta página web. Jorge Ferré es médico y, ya cuando estudiaba, tuvo claro que quería dedicarse a una especialidad que abordara el desarrollo infantil desde el punto de vista madurativo y funcional, no pediátrico. Esta voación hizo que se incorporara a un grupo formado por médicos, psicólogos y pedagogos para seguir una línea práctica de formación paralela a los cursos de medicina. Fue ampliando su formación bebiendo de todas las fuentes que podían aportar algo más a una concepción del desarrollo que fuera multidisciplinar. Estudió homeopatía, bioresonancia y balance polar, una de las técnicas que él mismo cuenta que más le ayudó a utilizar su mente relacionando conceptos y áreas diferentes. Cuatro de los miembros pertencientes al grupo inicial fundaron el Instituto Médico de Desarrollo Infantil. Aunque ahora no puede ejercer su actividad en la consulta, hablamos con él de su especialidad y de la relación que durante todos estos años ha tenido con otras disciplinas y otros profesionales.
¿Cuáles son los principales problemas que llegan a la consulta de un médico especializado en el desarrollo infantil?
En realidad, depende de la proyección que cada uno quiera darle. Cuando me licencié, en el añó 1978, lo más frecuente era tratar grandes patologías, como la parálisis cerebral, el síndrome de Down, los cuadros de autismo… Después, poco a poco, fuimos evolucionando (o la vida nos fue llevando) a trabajar cada vez menos con niños que padecen grandes afectaciones y a tratar más trastornos de psicomotricidad, problemas de aprendizaje de base neurofuncional, alteraciones de la lateralidad, cuadros de TDA-H que cada día van en aumento… Sin embargo, en ningún momento dejé de tratar a niños con problemas más graves.
¿Qué tipo de tratamientos son los más comunes?
Durante los últimos años han ido proliferando y hemos ido desarrollando muchas técnicas de tratamiento dirigidas a lo que podríamos llamar la “omptimización de la conexión del cerebro con el cuerpo”, ya sea a nivel de movimiento y equilibrio, a nivel sensorial laberíntico, auditivo, propioceptivo o visual, y a optimizar el funcionamiento del organismo (tratamientos biológicos, de medicina bioenergética…), porqué, al fin y al cabo, el cuerpo es el que debe alimentar a ese cerebro que está detrás de los sentimientos y los pensamientos de un niño.
¿Hasta qué punto es importante la implicación de los padres y las familias en la solución de los problemas relaciondos con el desarollo infantil?
Para mi, y desde el ángulo de mi experiencia, la implicación de los padres es básica. Los padres son los puntales de apoyo, la plataforma de lanzamiento, los artífices de la educación y de muchas terapias y los grandes referentes de un niño. Y yo creo que muchos profesionales los tratan mal, los consideran “culpables de lo que le ocurre al niño” (sólo en algunos casos lo son), no les dan explicaciones, etcétera. Yo siempre he procurado establecer un buen vínculo con ellos y con el paciente y darles todo tipo de explicaciones para ayudarles a entender qué le ocurre a su hijo y porqué tienen que hacer lo que les indicamos para resolverlo.
Su trabajo se caracteriza, entre otras cosas, por la colaboración con otros profesionales que también intervienen en temas relacionados con el desarrollo infantil. ¿Cuál es la razón?
El niño es una unidad indivisible y los problemas que afectan a su desarrollo rara vez tienen una sola causa o dependen de un único factor. Generalmente, se trata de problemas multicausales y multifactoriales, y eso es lo que explica que, muchas veces, un solo profesional no puede abarcar todas las necesidades de un niño. Cuando yo estudiaba medicina casi se consideraba al niño un adulto pequeñito, solo había una especialidad, la pediatría, y se comercializaba la aspirina infantil, que era la mitad de dosis que la de un adulto. Esta concepción ha cambiado radicalmente y hoy sabemos mucho más acerca de los niños y somos conscientes que constituyen una entidad propia muy distinta a un adulto.
¿Con qué otro tipo de profesionales ha colaborado ejerciendo como médico?
Con muchos profesionales. Con maestros, que, muchas veces, después de los padres, son una segunda plataforma de apoyo del paciente y los que detectan el problema; con osteópatas, optometristas, especialistas en técnicas audiofuncionales, psicólogos, pedagogos, logopedas, profesores de educación especial y terapeutas ocupacionales, por citar las especialidades de colaboración más habitual.
En la solución de problemas relacionados con el desarrollo infantil, ¿qué papel juega el optometrista especializado en temas de aprendizaje?
Yo creo que juega un papel trascendental. Durante los primeros quince años de mi profesión remitíamos a los niños al oculista y lógicamente, como los aspectos más funcionales no son su campo de trabajo, no conseguíamos resolver los problemas que presentaba un niño vinculados a su sistema visual. Después, afortunadamente, entramos en contacto con los primeros especialistas en optometría funcional y descubrimos un mundo nuevo que nos ayudó a enriquecer mucho nuestra función a nivel de terapia.
Uno de los problemas relacionados con el aprendizaje más conocido es el TDA-H. ¿Què tipo de tratamiento es el más adecuado?
Yo soy de los que piensa, y cada día somos más, que el TDA-H es un invento, al menos, tal y como se concibe y trata a nivel general. Es uno de los trastornos más multicausal y multifactorial que existe y, por lo tanto, es imposible hablar de un tratamiento. Nosotros lo consideramos dos síndromes, el de desatención y el de hiperactividad, que muchas veces no van vinculados ni asociados. Y hablamos de un síndrome porque en medcina, un síndrome es un conjunto de síntomas y signos que pueden tener distintas causas. Como ejemplo, puede citarse el síndrome febril (aumento de la temperatura, malestar, dolores musculares, hipersensibilidad, pérdida de apetito, postración…). Es un síndrome porque ese conjunto de síntomas puede ser debido a una gripe, a una neumonía, a un tifus, al cólera o a una insolación… Aunque el cuadro clínico sea más o menos común, cada caso requiere un tratamiento absolutamente distinto. Así pues, el tratamiento de un niño que empieza a estar ausente o muy inquieto cuando a los cinco años lo introducen en la lectura va a depender del origen del problema: puede tener un problema visual que nadie ha detectado, puede ser un niño adoptivo que ha vivido aislado, que ha sido agredido o que ha vivido situaciones de peligro, o puede que sea un niño que está muy nervioso desde que sus padres se separaron… El tratamiento de estos tres casos es absolutamente distinto.
Entonces, como sociedad, ¿podemos considerar que no estamos abordando demasiado bien el problema del TDA-H y, en general, los problemas de aprendizaje?
Efectivamente, yo creo que no. Irritamos mucho a los niños, viven en una vorágine de información y de estímulos, no cuidamos su desarrollo de base, no hacemos en la primera infancia lo que deberíamos hacer a nivel psicomotriz, y luego nos equivocamos estimulando mucho y muy pronto con todas las técnicas de estimulación precoz que han proliferado; les hacemos leer a los cuatro años con sistemas neuro-senso-psicomotrices para los que no están preparados, olvidando que los países que ocupan los primeros lugares en el informe Pisa enseñan a leer a los siete años. Y, más adelante, cuando ya cuesta frenarlos y no sabemos qué hacer con ellos, les administramos medicaciones que pretenden frenarles y que no son lo mejor para su salud física y mental. Sin duda, hemos de seguir otras vías y, afortunadamente, ya se están desarrollando muchas.
¿Qué consejos pueden darse a padres que detecten algún problema de aprendizaje en sus hijos y que no saben muy bien qué hacer?
Creo que no deben conformarse diciendo cosas tan frecuentes como “el tiempo lo resolverá, ya madurará”, o que “es como el padre o la madre cuando eran pequeños”, porque el mundo y el nivel de exigencia ha cambiado mucho en muy pocos años. Creo que deben consultar con un especialista en problemas de desarrollo infantil, llámese como se llame y de la especialidad que tengan más próxima, confiando en que éste les orientará sobre el mejor camino a seguir.
Entonces, ¿es bueno que un niño que tiene problemas reciba muchos tratamientos al mismo tiempo?
Creo que si son muchos, no es bueno porqué el cerebro tiene unos límites energéticos que no podemos sobrepasar para no saturarle y no bloquearle y porqué las familias también tienen sus límites de ocupaciones, económicos, etc. y tampoco hemos de sobrepasar su capacidad de “absorción”. Han proliferado muchas técnicas de tratamiento y eso es una gran ventaja porque nos ofrece muchas posibilidades de actuación, pero yo soy de los que piensa y defiende la idea de que no hemos de aplicar a un niño todos los tratamientos que pueden beneficiarle, sino solo los que necesita para resolver su problema y ordenarlos según prioridades.