Artículo de la doctora Mar Ferré, colaboradora habitual de nuestros cursos en el Aula de Formación que, a partir de la película “Un Monstruo viene a verme”, reflexiona sobre el déficit de atención. Mar Ferré es una de las ponentes de nuestro próximo curso sobre el TDAH.
Estos días está batiendo records de taquilla en nuestros cines la película “Un monstruo viene a verme”. Dada la gran difusión que ha tenido, es de sobra conocido el argumento: Un niño de 12 años, Conor, vive una situación muy dura de “bulling” en el colegio y la enfermedad terminal de su madre. Se enfrenta solo a esta situación, puesto que no mantiene una buena relación con su abuela y su padre está ausente, física y afectivamente.
Es una gran película, muy dura, muy impactante, hasta el punto de que, al final de la proyección, el silencio de los espectadores es sepulcral.
Pero, la situación que vive Conor, la viven también otros niños y, a veces, la realidad supera a la ficción.
Es evidente que Conor presenta problemas de atención. En el colegio, se le ve refugiado en su mundo, en sus dibujos, ajeno por completo a las explicaciones del profesor. Es un hecho objetivo que presenta un déficit de atención, aunque no se muestra en general hiperactivo, por lo que en un informe podríamos encontrar el diagnóstico de TDA de “predominio inatento”, pues es la actitud que predomina frente a las actividades académicas. Conor es un niño introvertido, dextrotímico al que le resulta muy difícil exteriorizar y compartir sus emociones y, en estos niños, suele predominar la inatención frente a la hiperactividad.
No obstante, simultáneamente con esa inatención, vive en hiperalerta constante, examinando la actitud de sus agresores durante las clases, hiperalerta ante el más mínimo movimiento o ruido… Esta situación comporta un desgaste energético considerable, que no se puede mantener por mucho tiempo sin que el sistema claudique.
En las dos escenas en las que el protagonista “explota”, nos acerca al mundo de sensaciones y de emociones encontradas que viven muchos niños que sufren situaciones similares: Sentimiento de soledad, necesidad de “ser visible”, impotencia, rabia, enfado con la vida y consigo mismos y, al mismo tiempo, sentimiento de culpa.
Hace apenas unos años, a partir de este diagnóstico, se hubiera prescrito medicación sin más. Afortunadamente, hoy día, ya se tendría en cuenta la situación emocional y, además de medicación, se aconsejaría terapia psicológica.
¿Podemos pensar que simplemente una pastilla va a resolver la compleja situación de Conor? ¡Ojalá fuera así! ¿Se va a resolver sin más el bloqueo límbico que presenta? Este bloqueo límbico va a impedirle centrarse en actividades que requieren la participación de estructuras cerebrales superiores, como son las actividades escolares.
Un adulto que viva una situación similar, en primer término, cuenta con más herramientas, con mayor capacidad para intentar “dejar a un lado”, al menos por unas horas, esa situación traumática, enfundarse en una coraza e intentar rendir en el trabajo, seguir ocupándose de sus hijos, etc… Aún así, unas veces se consigue y otras no y ya, cuando la situación es “sostenida en el tiempo” e insoportable, a los adultos siempre nos queda el recurso de coger la baja. Pero, recordemos que los NIÑOS NO PUEDEN COGER LA BAJA (ver artículo del mismo título).
He visitado en la consulta a algunos niños diagnosticados de TDA-H, sometidos a bulling durante años. La mayoría de los que lo sufren, pasan la hora de clase temiendo el encuentro con sus compañeros en el patio o a la salida del colegio. ¿Cómo puede estar atento en clase de matemáticas? ¿Va a conseguir la medicación que deje de lado sus temores, que se olvide de que le van a dar una paliza al salir? En mi opinión, la situación es mucho más compleja y requiere un abordaje mucho más amplio, en el que estén implicados la familia y profesionales de diversos ámbitos.
Cabría plantearse por qué el término “bulling”, tan poco habitual hace 20 años, prácticamente inexistente, ha cobrado hoy tanto protagonismo. Una inmensa mayoría de nosotros nos consideramos personas pacíficas y rechazamos la violencia. Entonces ¿de dónde surgen esas cargas de agresividad en los niños, que van mucho más allá de una bofetada, una zancadilla o una patada y que, en algunos casos, requieren la hospitalización del agredido?
Si compartimos con nuestros hijos algunos video-juegos, hasta los más “inocentes” tienen cargas de agresividad notables. Se conquistan las galaxias, pero puntúan cada vez que destruyes una nave y el ganador es, naturalmente, el que ha destruido más.
En política, últimamente se viene utilizando el término “negligencia in vigilando” y nosotros, en nuestras ocupadas vidas cotidianas, podemos estar incurriendo en esa negligencia por falta de vigilancia, que hace que nuestros hijos reciban sin ningún filtro esa información, esas imágenes de incitación a la violencia.
En cuanto a la enfermedad de la madre de Conor, por desgracia, el cáncer es una enfermedad que golpea a muchas familias y el caso de este niño no es un caso aislado o puntual, hay muchos niños que sufren esta situación, que afecta a algún miembro de su familia, pero ¿qué ocurre cuando es el propio niño quien la sufre? ¿Podemos hablar sin más de TDA-H en el caso de un niño sometido a hospitalizaciones frecuentes, con tratamientos durísimos, que le obligan a entrecortar su escolaridad, que tiene que primar la inversión energética en supervivencia frente a los requerimientos escolares?
Podemos extrapolar la situación y las conclusiones a algunos casos de niños procedentes de adopción, que han vivido situaciones muy complejas y traumáticas desde el embarazo, que se han desarrollo en ambientes poco estimulantes, con carencias afectivas muy importantes hasta el momento de la adopción.
Sin duda alguna, en todos estos casos, los niños pueden presentar un déficit de atención, pero también, sin duda alguna, no se trataría de un TDA-H de los llamados idiopáticos (de causa desconocida) o primarios, sino secundarios a las situaciones vividas y sería más correcto diagnosticar un “síndrome de estrés-postraumático de la infancia”y se requeriría un abordaje multidisciplinar.
Mar Ferré. Enero 2017
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