La publicación del vídeo en el que hablo de la relación entre visión y TDAH ha generado diversos comentarios, que agradezco, de personas que interpretan que mi opinión es que el TDAH no existe. Me gustaría aclarar mi posición.
En España, se estima que entre un 3 y un 7% de los niños sufren el TDAH, o lo que es lo mismo: de media, en cada aula existen uno o dos niños con TDAH. En cambio, en Francia, la incidencia del TDAH es del 0,5%. Lo que explica la disparidad de estos datos es la diferencia de criterios que existe a la hora de diagnosticar el trastorno. Es decir, no existe unanimidad en la comunidad médica internacional a la hora de establecer los criterios que deben aplicarse para fijar el diagnóstico de TDAH en un niño. Quizás el elemento más polémico es el hecho que el tratamiento farmacológico más común hasta ahora para el tratamiento del TDAH sea la prescripción de derivados anfetamínicos, y a nadie le gusta prescribir este tipo de medicamentos a niños.
Mi actividad clínica, y la de muchos de mis compañeros optometristas, me ha demostrado que muchos de los casos que nos llegan a la consulta con diagnóstico de TDAH, han sido diagnosticados a partir de síntomas que pueden tener otras explicaciones, diferentes a los de un trastorno de tipo neurobiológico. Es decir: algunos de los síntomas que sirven para diagnosticar un TDAH son los mismos que los que presentan determinadas disfunciones visuales. Si solo tratamos el problema con fármacos, lo que hacemos es esconder los síntomas, pero no resolvemos el problema, de la misma forma que si tomamos una aspirina, esconderemos el dolor de cabeza, pero no atacaremos al virus de la gripe que nos lo provoca.
Un ejemplo, que he visto muchas veces en mi consulta: Una disfunción visual que puede generar déficit de atención es la que padece un niño que tiene un ojo estrábico, de modo que se le hace imposible ver en tres dimensiones, porqué no es capaz de convertir en una imagen única la información que le entra por cada uno de los dos ojos. Este problema de binocularidad puede hacer, por ejemplo, que el niño lea mucho más lentamente que sus compañeros de clase, lo que suele traducirse en una falta de atención en el aula, con las consecuencias que esta circunstancia conlleva. La medicación calmará al niño, pero no le solucionará su problema de binocularidad, que persistirá si no lo tratamos. En este caso, la Terapia Visual aporta herramientas para solucionar el problema, que permiten al niño conseguir una correcta visión binocular y, por lo tanto, recuperar el estímulo que supone el aprendizaje. Han llegado niños a mi consulta diagnosticados con TDAH (y, por lo tanto, etiquetados como “niño con TDAH”) que tenían únicamente un problema visual. Del mismo modo que esto pasa con la visión, ocurre también con otras consecuencias de una inmadurez neurológica, o del sistema nervioso, que pueden afectar al procesamiento visual, auditivo, al sistema motor o a cuestiones emocionales.
El problema, pues, lo tenemos en lo que en mi opinión es un exceso de diagnóstico que requeriría de un acuerdo a nivel internacional que tenga en cuenta que los criterios utilizados hasta hoy no aportan una solución eficaz y definitiva a muchos de los casos que están diagnosticados con TDAH.
Mientras tanto, también hay que poner en valor y agradecer a las familias con niños diagnosticados con TDAH, y el esfuerzo que les supone la búsqueda del mejor tratamiento para sus hijos. Estamos todos en el mismo equipo y tenemos el mismo objetivo: ayudar a los futuros hombres y mujeres a que tengan una vida mejor.
Es a partir de este convencimiento que hemos organizado para el próximo mes de noviembre el curso “Abordaje del TDAH en el Aula y el Gabinete. El otro lado del déficit de atención”. La necesidad de un correcto diagnóstico, y los tratamientos disponibles centraran las intervenciones del curso.
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